3 mar 2013

La serpiente y el euro



A estas alturas de la crisis ya casi nadie duda de que este experimento del euro está creando muchos problemas en Europa. El hecho de que países con situaciones económicas tan distintas tengan que compartir una misma moneda impide que puedan realizar distintas políticas monetarias y de alguna forma socava la soberanía de todos estos países. Las tensiones que esto provoca las podemos leer cada día en los periódicos en sus habituales relatos de las reyertas entre los líderes europeos. Lo que desea que se haga con el euro Rajoy está muy lejos de lo que propone Merkel y ni tan siquiera muy cerca de por lo que suspira Hollande. La eurozona es ahora mismo un caos en el que no existe un poder central que arbitre los distintos intereses y en el que cada uno de los presidentes mira sólo por su parroquia. No hay política fiscal conjunta y las instituciones que deberían velar por la prosperidad conjunta de Europa brillan por su ausencia. No es extraño por tanto que la eurozona sea la región económica del mundo que menos se ha recuperado del crash del 2008[1]. Ante todo este desastre en seguida surge la duda de si todo esto se hubiese podido prever, es decir si había conocimientos y experiencia suficientes en esto de las uniones monetarias para poder avisar sobre los peligros que entrañaban. La repuesta es sencilla: sí la había.

El fin de Bretton Woods.

El shock Nixon de agosto de 1971

En 1971 terminó el sistema monetario internacional de después de la 2ª Guerra Mundial, el conocido sistema de Bretton Woods. Este sistema se había negociado entre 1944 y 1945 y se ajustaba a la realidad económica de aquel momento. Por entonces, con Europa y Asia severamente castigadas por la guerra, Estados Unidos gozaba de una hegemonía total en el mundo. Sus principales competidores industriales, Europa occidental y la Unión Soviética tendrían que superar largos años de reconstrucción antes de poder volver a hacer sombra al coloso americano. De esta forma al reconocer la hegemonía americana se impuso el dólar como la moneda de referencia, la única que sería convertible en oro. Todas las demás se fijarían respecto a ésta en un valor que podría ser modificado por el país en cuestión dependiendo de su balanza de pagos. El Fondo Monetario Internacional velaría para resolver los problemas más graves de liquidez en los que se pudiese encontrar algún banco central de un país.
Pues bién el sistema terminó entrando en crisis a medida que los EUA fueron perdiendo su preponderancia económica y empezaron a tener que competir con los productos europeos y japoneses. La crisis estalló definitivamente en 1971 cuando Nixon decidió por sorpresa suspender la convertibilidad del dólar en oro. Los americanos deseaban devaluar su moneda y esto bajo Bretton Woods sólo se podía conseguir si el resto de países aceptaban apreciar sus monedas respecto al dólar. No hace falta decir que esto era un compromiso político imposible de conseguir y por lo tanto el sistema saltó por los aires. Finalmente un domingo de Agosto de 1971 Nixon anunció por sorpresa que EEUU suspendía la convertibilidad del dólar en oro. Cómo lo hizo unilateralmente y por sorpresa, sin consultarlo con el las otras potencias económicas, a esta acción se la llamó el Shock Nixon. Que la caída del dólar y de Bretton Woods se produjera un año después del peak oil estadounidense seguramente tiene una fuerte relación, pero esto ya lo analizaremos en otro post.

La serpiente europea.

Pues bién situados ya en una realidad post-Bretton Woods algunos políticos europeos estaban preocupados. Con el dólar abandonando su papel de moneda de referencia -¿podría ser que se volviesen a vivir las fuertes fluctuaciones de los tipos de cambio que tantos problemas habían generado durante los años 30 ?- ¿Volverían los países a abusar de las devaluaciones competitivas ? La economía europea estaba entonces más integrada que nunca antes en su historia y para algunos el peligro de volver a poner fuertes fronteras al comercio era muy real. Algunos países así lo temían y se dispusieron a limitar estas fluctuaciones en los tipos de cambio. Ya antes del shock Nixon de 1971 la Comunidad Económica Europea había creado en 1969 la comisión Werner para que estudiara cómo deberían concertarse las políticas económicas en Europa y cómo se deberían organizar sus divisas. Ocurría que algunos expertos ya sabían desde como mínimo 1968 que la convertibilidad del dólar en oro no se podría mantener por mucho tiempo (en 1968 el Congreso americano dio los primeros pasos para terminar con esta convertibilidad[2]). El nombre de esta comisión provenía de Pierre Werner, primer ministro de Luxemburgo, y estaba formada por tecnócratas. La comisión elaboró un informe que recomendaba toda una serie de pasos para fortalecer la integración económica europea. A la larga ya se hablaba de crear una moneda europea única, con su correspondiente banco central, que obligara a los países a ligar sus políticas económicas. Pero en 1970, cuando se entregó el informe Werner, la posibilidad de una moneda única era muy remota y se adoptó una solución de compromiso a la que se llamó la Serpiente europea.

Los hechos de 1971 agudizaron la urgencia de llegar a compromisos dentro de la CEE. La serpiente consistía en una serie de acuerdos para que la cotización de las divisas no variase fuera de unos márgenes. Se entiende la metáfora de la serpiente fácilmente si se imagina la forma de desplazarse de estos reptiles y se compara con las contínuas variaciones de una divisa dentro de unos márgenes. La Serpiente empezó a funcionar en abril de 1972 y establecía que las divisas no deberían superar un estrecho margen respecto al dólar del 2’25%. Es decir que respecto a su anterior cotización en dólares no podían bajar o subir más de un 1’125%. En principio el acuerdo incluía a todos los países de la CEE, es decir los 6 fundadores más los 3 recién incorporados (Gran Bretaña, Irlanda y Dinamarca). Era un acuerdo muy ambicioso que pronto mostró ser un gigante con pies de barro.

La serpiente descuartizada.

 
Sólo 1 mes después de su adopción Gran Bretaña abandonó el acuerdo. Seguramente sus tradicionales problemas en la balanza de pagos le impedían cumplirlo. A ésta le siguió Irlanda que obviamente estaba muy relacionada económicamente con ella. En febrero de 1973 lo abandonó Italia. En 1974 de la serpiente se cayó nada más ni nada menos que Francia, para volver a ella en julio de 1975 y volver a salirse en marzo de 1976[3]. Hacia 1976 quedaba claro que las turbulencias económicas de los años 70, con sus crisis inflacionarias espoleadas por el shock petrolero de 1973, no permitían que los estrictos acuerdos de 1972 se cumpliesen. El primer intento de creación de una unión monetaria a gran escala en Europa no había resistido una crisis económica, y sería necesario esperar hasta los más benignos años 80 para que unos nuevos acuerdos crearan el Sistema Monetario Europeo (éste era como la serpiente pero más flexible).

Conclusión.

Como de si de una epifanía de lo que iba a pasar en el futuro se tratase, la serpiente europea demostró que sólo Alemania y los pequeños países que la rodean podían resistir una unión monetaria. En efecto fue la Alemania Federal y los del Benelux los que cumplieron los acuerdos. Los mediterráneos en cambio no pudieron resistir la necesidad de más margen de maniobra. Si esto no se nos asemeja a la situación actual que estamos viviendo es que nos han informado mal. La creación de una moneda única sin los mecanismos de equilibrio (un gobierno europeo que pueda transferir impuestos) necesarios ha sido una decisión muy arriesgada que ahora estamos pagando. Sólo el futuro nos dirá si el euro sobrevivirá a esta gran tormenta o terminará como la serpiente de los años 70.


[1] http://krugman.blogs.nytimes.com/2012/11/16/the-halt-and-the-lame-2/
[2] Charles P. Kindleberger, Historia financiera de Europa, Ed. Crítica, 2011
[3] Ídem.

26 may 2012

El dr. Brüning: ¿Héroe o villano?


Un hombre culto, conservador y piadoso.
Aunque este blog está dedicado a temas económicos y sociales y no es nuestra intención hacer biografías, creo que es conveniente dedicar un espacio a la figura de Heinrich Brüning por su importante papel durante los años de la Gran Depresión en Alemania. Y es que sus políticas fueron determinantes para los acontecimientos que ocurrieron en aquel país y que terminaron de forma tan dramática. El personaje en cuestión aún despierta grandes pasiones en Alemania donde es recordado a la vez como el último defensor de la República de Weimar o como su verdugo.

Brüning nació en 1885 en una familia católica de Münster, una ciudad del noroeste de Alemania. Su padre, que era fabricante de vinagre y comerciante de vinos, murió cuando él solo tenía un año. Tres de sus hermanos murieron antes de llegar a la adolescencia, pero su hermano mayor Hermann sobrevivió y llegó a ejercer de sacerdote. Se dice que este hermano siempre ejerció una gran influencia en Heinrich. También una hermana mayor llamada Maria sobrevivió y cuidó a la madre mientras los hermanos estudiaban y desarrollaban sus carreras[1]. Después de graduarse en el Gymnasium Paulinum de Münster, a partir de 1904 empezó a estudiar derecho en la universidad Ludwig-Maximilians de Múnic. Pero después de un solo semestre se marchó a estudiar historia, filosofía y economía a la universidad de Estrasburgo, que en aquella época pertenecía al Reich alemán. Allí el estudio de la historia de Alemania y de su proceso de unificación le convencieron de la bondad del II Reich y le inculcaron una gran devoción por la figura de Bismarck[2], al que veía como la figura que había conseguido superar las ancestrales divisiones entre los alemanes y formar una patria para ellos. Se licencia y en 1911 pasa los exámenes para trabajar como profesor universitario. De 1911 a 1913 amplía sus estudios en Inglaterra lo que le reporta una buena comprensión del inglés. Cuando empieza la Gran Guerra Brüning está trabajando en una universidad de Bonn, dónde se doctora en 1915 con una tesis sobre la nacionalización de los ferrocarriles ingleses llevada a cabo por el gobierno británico. Una vez terminados sus estudios se alista voluntariamente en el ejército alemán. En el que sirve con distinción en la infantería y además de ascender a Kompanieführer (líder de compañía, más o menos el grado de capitán) es condecorado con la prestigiosa Cruz de Hierro de 1ª clase.

Cuando termina la guerra, horrorizado ante la posibilidad de revolución soviética que se vivió en Alemania, empieza a participar en política en las filas del partido Zentrum, el partido por excelencia de los católicos alemanes. Allí entrará en contacto con Adam Stegerwald que era un miembro del Zentrum de tendencias reformistas y uno de los líderes de los sindicatos cristianos, los cuáles ofrecían una alternativa a los sindicatos de tendencias socialistas o comunistas. Stegerwald se convertirá en el mentor de Brüning quién pasará a trabajar en la dirección de estos sindicatos. Ésto le llevará a vivir intensamente la resistencia de los trabajadores alemanes a la ocupación francesa del Ruhr a principios de 1923, y según afirma el historiador William L. Patch, será en este momento, al ver la resistencia obrera a la invasión, que Brüning empezará a aceptar la República de Weimar como modelo de estado que da más cohesión social que la antigua monarquía. Afirma Patch que Brüning asoció las reformas que introducía la nueva república con las reformas sociales que se habían hecho en Prusia después de la derrota ante Napoleón en 1806 para cohesionar al estado y poder así expulsar al invasor[3].

Ocupación del Ruhr en 1923. El sentimiento antifrancés se intensificó en Alemania después de esto.


A partir de 1924 es elegido diputado del Reichstag por Breslau y en 1929 llega a dirigir el grupo del Zentrum en aquella cámara. En su papel de parlamentario se distinguirá por su oposición a los gastos públicos y a los aumentos de sueldos a los funcionarios, y por ser partidario de reducir los impuestos.

En 1930, después de la caída del gobierno del socialista Müller, su condición de líder del Zentrum así como su reputación como experto en economía llevarán a Hindenburg a pedirle que asuma el cargo de canciller, además también parece que su condición de héroe de guerra acabó de convencer al viejo mariscal. A partir de aquí su papel en la historia de alemania será siempre polémico.

Der Hungerkanzler (el canciller del hambre).
Que Brüning empezó a gobernar en una situación de extrema gravedad era una cosa que a casi nadie se le escapaba. No solo la crisis económica empeoraba rápidamente sino que además su gobierno debía dirigir el país estando en minoría en el Reichstag. Pero de la forma que lo hizo creo que poco se puede defender. Sus decisiones en materia económica parece ser que respondieron a su limitada visión de la realidad y a unos obsoletos apriorismos. Claro está que la ortodoxia económica recomendaba aquellas acciones pero también es verdad que otros líderes del momento supieron rectificar y él no. En un plano más político se aisló en el Reichstag y rechazó cualquier posibilidad de negociar las decisiones gubernamentales con el SPD, que era el primer partido de la nación.

Para empezar su política económica estuvo marcada por el miedo a la inflación y a los peligros de los déficits públicos. Sus soluciones fueron el aumento de impuestos y la reducción de salarios de los funcionarios. Además rechazó cualquier plan de obras públicas que pudiese dar trabajo a los parados. En ésto fue curiosamente coherente durante todo su mandato y su creencia que la deflación de precios y salarios llevaría a la recuperación económica parece que se mantuvo firme. Al fin y al cabo esto era lo que las teorías económicas ortodoxas de la época aseguraban. En cambio, algunos de sus colaboradores afirmaron que había intenciones más maquiavélicas en sus decisiones. Por ejemplo, el ministro Treviranus afirmó que Brüning pretendía utilizar la crisis para convencer a los aliados de que Alemania no podía pagar las reparaciones de guerra. Es decir que Brüning no quería solucionar la crisis hasta haber conseguido este objetivo, y una vez hecho esto empezar los planes de obras públicas[4]. Si esto fuera cierto su cinismo y su insensibilidad por el sufrimiento del pueblo lo convertirían en una figura monstruosa. Pero muchos otros discrepan, como por ejemplo el socialista W. S. Woytinsky, un contemporáneo de Brüning, que afirmó que la creencia de Brüning en la bondad de la austeridad era sincera y derivada de su filosofía general de laissez faire laissez passé[5]. A favor de Brüning podemos decir que la gran mayoría de los economistas de la época no pensaban que la crisis se pudiese solucionar mediante el gasto público. De hecho prestigiosos economistas como Joseph Schumpeter de Harvard recomendaron no hacer nada y lo justificaron con la idea que la crisis estaba purgando los excesos del pasado. Una vez éstos hubiesen sido eliminados entonces la economía se recuperaría por si sola. Intentar hacer algo desde el estado solo podía alargar el proceso de curación.

Taquígrafa buscando CUALQUIER trabajo en 1930. Foto proveniente del ministerio alemán del trabajo (Bundesministerium für Arbeit)

Cuando Brüning no fue coherente sus políticas no fueron mejores. Por ejemplo en 1930 se doblegó ante los intereses de los grandes terratenientes y permitió que se aprobaran medidas proteccionistas para la agricultura. Ésto impidió que los precios de los alimentos bajasen y encareció el coste de la vida en un momento de gran miseria en las ciudades. El mismo resultado podría haberse conseguido mediante la aprobación de subvenciones a la agricultura, pero esto habría entrado en conflicto con su obsesión por reducir el déficit público. Éstas medidas draconianas hicieron que Heinrich Brüning fuera apodado Der Hungerkanzler por la izquierda. También se hizo famoso el dicho Brüning verordnet Not que jugaba con el doble sentido de la palabra Not (necesidad o miseria) y con el mecanismo de los Notverordnungs que tanto usaba Brüning. Es decir, según la izquierda, Brüning estaba decretando la miseria. Y seguramente no les faltaba razón ya que sus decisiones cargaban todo el peso de la crisis en los más humildes.

Parados haciendo cola para obtener comida de una asociación de caridad, Frankfurt 1931. Bundesministerium für Arbeit.
Su tozudez le impidió rectificar sus políticas cuando éstas ya se estaban desacreditando totalmente y rechazó las propuestas de enmienda que se le hicieron (ya en agosto de 1931 un memorándum del ministerio de Economía proponía crear un plan de obras públicas). En cambio otros políticos de la época como Franklin Roosevelt fueron admirablemente mucho más flexibles.

Después de perder el poder en Mayo de 1932, se convirtió en un acérrimo enemigo de los nazis y se opuso con vehemencia a la ley que dio plenos poderes a Hitler en 1933. Éstos con su savoir faire característico planearon su asesinato para la famosa Noche de los Cuchillos Largos de 1934 pero se vieron frustrados cuando Brüning se les anticipó huyendo del país hacia los Estados Unidos[6]. Desde allí continuó atacando a los nazis y advirtiendo de lo peligrosos que eran y en 1939 fue aceptado como profesor de ciencias políticas en Harvard. De 1951 a 1955 volvió a Alemania para dar clases en la Universidad de Colonia, pero después regresó a los EEUU. Murió allí en 1970. Después de su muerte se publicaron sus memorias en las que intentaba justificar sus decisiones y reivindicar su labor de gobierno. Pero su reputación más bién empeoró puesto que en ellas se manipulaba al pasado para ajustarlo a los razonamientos del autor y ésto se hacía con bastante descaro. Parece que Brüning intentó durante todo el resto de su vida sacarse de encima la responsabilidad de la llegada de los nazis al poder. Él tan solo había aplicado las únicas políticas posibles debido a la difícil situación de Alemania. Había sido el padre severo que tiene que aderezar el hijo con duras medidas, y según él había estado a punto de conseguirlo. Desgraciadamente el hijo terminó juntándose con malas compañías que le prometían algo más.

Parados haciendo cola para acceder a la oficina del servicio de trabajo alemán, Hannover 1932. En el fondo se lee -Votad a Hitler-. Bundesministerium für Arbeit.
Contaba John Kenneth Galbraith en su libro El dinero, que cuando se encontró con él en Harvard y le preguntó si se sentía responsable del triunfo nazi, aquél lo negó rotundamente. Cuando Galbraith insistió en ello y le recordó los millones de parados que sus políticas habían creado, Brüning se lo sacó de encima diciéndole si la palabra de un canciller del Reich no era suficiente para él. Así era Brüning, tozudo hasta el final.
 

[1] William L. Patch Jr, Heinrich Brüning and the dissolution of the Weimar Republic, Cambridge University Press, 1998
[2] Ibidem.
[3] Ibidem.
[4] Charles P. Kindleberger, La crisis económica 1929-1939, Ed. Crítica, 1985
[5] Ibidem.
[6] http://www.dhm.de/lemo/html/biografien/BrueningHeinrich/index.html